lunes, 18 de agosto de 2008

Apreciando la música.

Ya que estamos empapados del romántico manto que nos ha dejado el post sobre nuestro San Martín; romántico en el más real sentido, impregnado de ideales de libertad, honor y patriotismo.

Continúo: ya que de un romántico veníamos hablando, voy a continuar con otro romántico, un poco más joven y con otra profesión, pero que dejaría en la música de occidente su huella marcada a fuego como el más virtuoso de la historia ejecutando su instrumento.

¿Su instrumento? El piano. Él tuvo la suerte de conocer al piano, casi tal cual lo conocemos hoy en día.

Se cuentan innumerables proezas musicales desde su infancia (costumbre que fascina a los historiadores: mostrar la precocidad del talento a edades extremadamente tempranas). Cabe aclarar que para un instrumento como el piano, ser habilidoso a edades en que la mano no tiene extensión suficiente para ejecutar notas, es cuanto menos, difícil de creer.

Pero no voy a seguir dilatando su presentación en sociedad. Estoy hablando del húngaro Franz Liszt.

La idea en este post es la de seguir con la propuesta de abrir un pequeño espacio de apreciación musical.

En ésta entrada la idea es comparar. “Las comparaciones son odiosas” se suele oír por ahí: y es cierto jejeje!
Para ello, ¿qué mejor que poder escuchar dos veces la misma obra pero con dos ejecutantes marcadamente diferentes?
¿La obra? Una belleza: La campanella
Los ejecutantes: el pianista ruso, nacionalizado en EEUU Vladimir Horowitz, y el chileno Claudio Arrau.
No va a ser difícil porque las diferencias son garrafales, y para ir cerrando, voy a transcribir algunos fragmentos del “Tratado de música y afines” de “El libro del fantasma” de Alejandro Dolina, que viene como anillo al dedo.

“(…)Capítulo CXVI: "Inexistencia del Melómano"
Casi todas las personas garantizan, al ser interrogadas, su gusto por la música. Resulta muy difí­cil, por no decir imposible, dar con alguien que aborrezca cualquier expresión musical. Sin embargo, me atrevo a asegurar al alumno que la humanidad miente. La música no le gusta a casi nadie. Lo que en verdad gusta es aquello de lo que suele venir acompañada, las atracciones anexas de las que se vale para cautivar a las muchedumbres.
Estamos hablando de las luces que iluminan a los cantantes, de los trajes que estos usan, de su apariencia seductora. Estamos hablando del efecto hipnótico de las canciones, de la doctrina que suele acompañar a los géneros, de su simbolismo político. Estamos hablando de las mujeres que es posible conocer en los conciertos, de la fama que consiguen los que cantan, de los escándalos que protagonizan, del deseo que surge de nosotros de irnos a la cama con una estrella. Pues bien, son estas cosas y no la música lo que la gente ama. Los maestros suelen enseñarnos a disfrutar de las grandes obras explicando el significado de ciertos efectos musicales. Esas notas graves en la mitad de La Polonesa son en verdad los soldados rusos. En la obertura 1812, algunos crí­ticos ven una parte de guerra de la batalla de Borodino. El tango El amanecer está lleno de violines que imitan a los pajaritos. Tengo malas noticias, la música no consiste en relatos ruidosos. La música no alude a nada. Puede existir aun sin el Universo, no necesita nombrarlo ni dibujarlo. Puede existir sin espacio (¿quién puede señalar el costado izquierdo de un vals?). En realidad solo necesita tiempo. Adivino que el alumno lector ya se habrá puesto a la defensiva y pretenderá ocupar un lugar entre los escasí­simos melómanos que existen. ¡No mienta, alumno! A usted tampoco le importa la música. Me imagino que el despecho habrá de despertar en el discí­pulo el deseo de acusar al autor de estas lí­neas de pertenecer él también a la oceánica legión de indiferentes. Pues es verdad, no me importa la música. Amo, eso sí­, el dulce llanto que me provoca. Los delicados razonamientos que me inspira. Amo la forma en rima con mi tristeza. Amo la hermandad de los acordes y el aparente litigio entre escalas simultáneas. Amo leer como cartas de amigos muertos las antiguas partituras. Estas cosas, claro, no son música.

Capítulo XXX: "De la velocidad"
Las personas poco avisadas dan en creer que los mejores músicos son también los más veloces. Esta misma idea es mantenida por algunos músicos, quienes pasan la vida adiestrándose para tocar ligerito. Personalmente detesto la acrobacia musical. Sin embargo, el alumno deberá someterse a los más arduos rigores durante su aprendizaje. Y así ensayará complicadísimas escalas y arpegios, que después no tocará nunca. (…)”



Boomp3.com

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Pd: las críticas y apreciaciones las dejo para los comentarios. Pregunten, expresen lo que les ha parecido, y dejen su propia valoración.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que buen post!
Tengo para mis adentros que la autora simpatiza mas con el chilote Claude Arrau que con Jorobis. Y yo comparto esa simpatia.

LauraGalletita dijo...

Jejeje! Muy buena apreciación, Sr Martínsnm! Cómo se dió cuenta??? :P

Un abrazote!